Introducción
Al reflexionar sobre los problemas económicos
de Argentina, uno debe tomar algún marco de análisis que vaya más allá de los
datos estadísticos (independientemente de su credibilidad). En este sentido,
dedicamos este reporte a plantear un esquema de análisis en términos cualitativos.
Para quienes están en finanzas, la triple “C”
es el último escalón en las calificaciones de riesgo crediticio, pero en esta
ocasión lo usamos como acrónimo de lo que en realidad consideramos como
cualidades básicas de una política que te lleve a una máxima calificación
crediticia, la AAA.
Tomamos como punto de partida la trinidad Consistencia,
Credibilidad y Comunicación, como los factores que hacen a una política exitosa,
de ahí la triple “C”.
La Argentina en materia de política económica ha
transitado todas las combinaciones posibles en la “década ganada”, aunque desafortunadamente,
en el sentido menos beneficioso para la sociedad: ha ido del triple “C” al
triple “I”: Inconsistente, Increíble, Incomunicada.
Un poco de perspectiva
La teoría económica tiene varias páginas
dedicadas al análisis de políticas económicas en términos genéricos, esto es,
más allá del contenido programático de las mismas. Esta línea de análisis
permite explicar algunos fenómenos de la realidad, como ser, por qué una misma
política económica aplicada en dos lugares diferentes arroja resultados
distintos?
A comienzos de la década de 1980 dos
economistas americanos, Barro y Gordon, se preguntaban por qué hay un sesgo
inflacionario en la política de los bancos centrales, y la respuesta abrió todo
un campo nuevo de análisis que tiene que ver con dos de los aspectos que
planteamos en este texto: Consistencia y Credibilidad.
En términos sencillos, Barro y Gordon muestran
que una política Consistente, pero No Creíble, es tan mala como una No
Consistente.
Que quede claro que cuando usamos el término
Consistente no estamos haciendo juicio de valor sobre el tipo específico de
política, sino hablamos que la misma sea apropiada en el momento. Por ejemplo,
usar Reservas Internacionales puede ser una buena medida de política en un
momento del tiempo (tasas de interés muy elevadas, por poner solo un factor),
pero muy mala en otro.
El concepto de Credibilidad es mucho más
intuitivo: anuncio algún tipo de política y la gente me cree o no me cree.
Ejemplo: digo que no voy a devaluar, si la gente me cree el mercado cambiario
se mantendrá sin presiones adicionales. Si no me creen, habrá una nueva presión
sobre el mercado cambiario ante la expectativa de que sí se devalúe.
El tercer factor que planteamos es la Comunicación.
En este caso, la teoría ha avanzado con posterioridad en términos cronológicos,
y fundamentalmente atada al desarrollo de lo que se denominan esquemas de metas
de inflación, donde uno de los pilares para el correcto funcionamiento del
mismo, es la buena comunicación no solo de las decisiones de política, sino
también de la visión que los hacedores de política tienen sobre el estado
y funcionamiento de la economía.
Aquí podemos ejemplificar por medio de lo
sucedido en años recientes en Estados Unidos y la lectura que se hace de los
comunicados de prensa del Comité de Política Monetaria de la Reserva Federal.
Se llegó al extremo de creer que una coma más o menos en dichos comunicados,
podía implicar un cambio en la visión de las autoridades monetarias sobre el
estado de la economía!
Esta situación llevó a que sistemáticamente se
fuera esclareciendo el contenido de los mismos, que pasó en la década de 1990
de tener solo 2 párrafos (muy sintéticos además), a la situación corriente, donde
se utilizan 6 párrafos largos para explicar por qué la tasa de interés subió,
bajó o se dejó sin cambios.
Un poco de introspectiva
En una primera etapa, tras el inicio de la
recuperación post debacle de 2001, la política económica presentaba las tres características
deseables: era consistente, ya que estimular el gasto agregado no encontraba
restricciones físicas ni monetarias, la credibilidad estaba, ya que era un
gobierno nuevo, que si bien arrancó con poco apoyo electoral, en la primer
elección legislativa logró refrendar su poder, y la comunicación era clara: por
caso, el Banco Central comenzó a publicar reportes periódicos sobre el estado
de la economía (entre ellos el que se denominaba Informe de Inflación, hoy rebautizado Reporte Macroeconómico…) y a
compilar y divulgar un relevamiento de expectativas económicas (Relevamiento de Expectativas de Mercado – REM-), y de hecho, el Ministerio de Economía
también hizo un intento por confeccionar y publicar sus propios informes de coyuntura.
Era la etapa relativamente fácil, donde la
lucha era contra la apreciación del peso, donde se imponían trabas al ingreso
de capitales financieros, donde los precios de commodities “volaban” en los
mercados internacionales.
El tridente fue mutando, la consistencia se fue
perdiendo, de la mano del agotamiento de la capacidad ociosa, tanto en términos
de mano de obra, como de capital. La primera señal clara que surgió fue la
inflación. Cuando se llega a esta etapa, ya no es recomendable seguir con la
política de incentivo al gasto agregado o, en todo caso, al componente de
consumo privado y gasto público del gasto. Si el foco hubiera sido la inversión
privada o la infraestructura pública, los resultados podrían haber sido
diferentes.
Entonces una vez perdido el componente
Consistencia, en lugar de acomodar la política a la nueva coyuntura, la
decisión fue perderla de forma deliberada. Este emerge como el peor escenario
posible, porque una cosa es encontrarse frente a un shock externo, imprevisto,
y reaccionar equivocadamente en términos de política, y que esto nos conduzca a
una situación de inconsistencia. Pero otra muy diferentes es, teniendo las
señales, teniendo el aviso de los equipos técnicos sobre la necesidad de
cambio, deliberadamente no cambiar.
Así, la única respuesta que encontró el
Gobierno fue romper el segundo puntal de la buena política: la comunicación. Se
intervino el organismo estadístico, se comenzó a construir un relato sobre la
realidad, y finalmente se intentó castigar a los privados que osaron informar
sus estimaciones macroeconómicas.
En paralelo, el Banco Central de la República
Argentina continuaba relevando el REM, hasta que se volvió una situación
completamente incómoda, aun cuando los informantes en lugar de estimar
variables económicas intentaban adivinar qué iba a publicar el INDEC. La
solución fue colgar el cartel de “Readecuación del Relevamiento de Expectativas
de Mercado”,
modificación que aún está proceso…
Finalmente, la conjunción de inconsistencia de
política, incomunicación de la política, indefectiblemente complota de lleno
contra el tercer pilar fundamental de una exitosa política económica: la
credibilidad.
Así las cosas, cuando un funcionario,
independientemente del rango que tenga, sea Presidente de la Nación, sea
Ministro de Economía, o Secretario de Estado, sale a anunciar que “van a tener
que esperar a otro Gobierno si quieren una devaluación”, la gente va y compra
dólares, por las diferentes vías legales, o las no legales.
Cuál es el gran problema de haber llegado hasta
el fondo de la tabla? Que el camino es mucho más empinado hacia arriba.
Reconstruir credibilidad no es tan sencillo como destruirla. Las medidas
económicas que se tienen que tomar, tienen que ser, y se tienen que mantener,
de forma mucho más estricta que en un escenario de confianza.
Un ejemplo en este sentido nos lo aporta la
salida de la Convertibilidad en 2002. Se decidió inicialmente mover la tasa de
cambio desde 1 a 1,4, pero no fue creíble, lo que desencadenó la liberación del
tipo de cambio, el cual “corrió” hasta 4 en seis meses, para luego comenzar a
bajar hasta el año 2004.
Resumiendo
Una política económica exitosa requiere de tres
características fundamentales: Consistencia, Comunicación y Confianza. En
Argentina hemos pasado por todas las combinaciones posibles de estos pilares, y
los resultados han sido siempre claros.
En la década de 1990, la Convertibilidad tuvo
su período de consistencia en sus primeros 3 a 4 años, se ganó la credibilidad,
y la comunicación fue consecuente. Sobre principios del nuevo siglo, la
consistencia desapareció, la comunicación falló, y la credibilidad se esfumó.
La década “ganada” arrancó en una posición
inmejorable, una triple “C” en nuestra escala, y hoy estamos en la triple “I”,
no es necesario caer en una crisis alla
2001-2002 para iniciar el camino de retorno, mucho menos llegar a una nueva
calificación “D” en términos de riesgo crediticio.