Me es inevitable pensar recurrentemente sobre las
causas permanentes de la imposibilidad argentina para vivir una vida tranquila.
Si al mundo le va mal, a nosotros nos va mal, si
al mundo le va bien, a nosotros nos va mal. No es el mundo el que nos castiga,
o se nos cae encima de tanto en tanto, sino que tenemos problemas propios que
no hemos sido capaces como sociedad de identificar y resolver.
Personalmente, creo que tenemos un problema grave
con el respeto por los derechos, que nos confunde al momento de legislar. Hablo
de legislar en el sentido estricto de la palabra: generar el marco de leyes que
contemplen los derechos y obligaciones del pueblo.
Creo que el derecho básico que hace al
funcionamiento de una sociedad democrática moderna es el de propiedad. Sin
derecho de propiedad, sin las leyes que lo garanticen y protejan, no tendríamos
una sociedad democrática, con posibilidad de tener trato igualitario entre
todos los individuos que la conforma.
Sin embargo, los argentinos tenemos grandes ambigüedades
sobre esto. Y ni que hablar sobre la supremacía de derechos: está por arriba el
derecho individual, o el colectivo? Yo estoy convencido que la sociedad se
construye a partir del individuo, y por lo tanto si no respetamos lo individual,
no vamos a lograr una colectividad.
Estas ambigüedades se manifiestan de forma muy
clara con los eventos del año pasado en cuanto a la restricción de ahorrar en
moneda extranjera. Para que se entienda de forma clara lo que quiero decir,
pongo un ejemplo. Qué pasaría si mañana el Gobierno prohíbe la compra de autos
marca Volkswagen? Sale y dice, desde hoy solo se puede comprar autos marca
Chevrolet? Es exactamente igual lo que hizo el Gobierno el año pasado cuando
salió a decir, desde hoy solo se pueden comprar pesos.
Esto es solo una muestra del lento pero seguro
avance del actual Gobierno sobre los derechos individuales. Por eso no debería
sorprender a nadie, que se impulse un proyecto de reforma judicial que lo único
que cambia de fondo es la limitación a los derechos individuales.
Claro, la ambigüedad argentina está también
materializada en las manifestaciones que surgieron tras el anuncio de la
presidente. Hay derechos individuales más valorados y menos valorados. Esto en
realidad creo que tiene que ver con si es un derecho individual general que
ejerzo o no.
Si no tengo para comprar dólares, no me importa
que no me dejen comprar. Ahí está el punto clave de la ambigüedad: no somos
coherentes en el respeto por los derechos individuales, o sea, somos egoístas,
individualistas, pero pretendemos ser una sociedad. Esto es lo que da lugar a líderes
mesiánicos que prometen una sociedad más justa, más igualitaria, pero lo único
que hacen es ocuparse de sus bolsillos, y abusan de esta ambigüedad social.
El límite es, y siempre fue, el bolsillo. El
bolsillo propio, no el del vecino. El 2001 registra un estallido, no porque De la Rua haya sido denunciado por
corrupción, sino porque a una parte de la gente le freezaron su dinero. En
1989, todo termina de explotar porque a la gente no le daban las piernas para
llegar al supermercado a gastar su sueldo antes de que no valga nada, y no
porque Alfonsin haya avasallado a la justicia.
Lamentablemente la corrupción es altamente
tolerada por nuestra sociedad, posiblemente porque no se la ve como un
perjuicio personal directo: “Si se roban $5.000 millones y yo vivo con $2.000
no me lo pueden estar sacando a mí…”. Lamentablemente sí, se lo están sacando a
todos. El “roban pero hacen” es una patética muestra de la incoherencia
argentina. Porque convengamos que igual no hacen.
El actual Gobierno lleva 10 años de “crecimiento
a tasas chinas”. La infraestructura nacional está en decadencia (lamento que
cada vez se recuerde menos la tragedia de Once, y mucho más porque es a causa
de otra tragedia, como las inundaciones de La Plata y Buenos Aires). La educación pública está
cada día peor (no es solo dar computadoras, hay que ver que los chicos
aprendan, y yo soy docente universitario y veo que no aprenden). La crisis
energética se agrava día a día (crisis que el Gobierno aún no reconoce, a pesar
de haber expropiado parcialmente una empresa privada). La inflación no da
tregua (al punto de expropiar una empresa privada para poder emitir más
billetes, y de paso, la imprenta no funciona…).
Como si 10 años no fueran suficientes, todavía
faltan 2 más, y están buscando cómo torcer la ley para apuntar a sumar otros 4
después. Cuenta una anécdota que cuando la actual presidente se habría enterado
por boca de su marido de la existencia de la bóveda en Santa Cruz con los miles
de millones adentro, habría dicho “para qué tanto?”. Yo digo lo mismo sobre la aspiración
a perdurar el mandato, para qué tanto”